Renato Paone Columnista 
Publicado el Jueves, 24 Marzo 2016 17:48

DE LA MUERTE Y LA VIDA QUE NOS DA LA MÚSICA

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BELLO (ANT).    Sentado a la sombra, tratando de escapar no sé exactamente de que, si del sol abrasador que en mi ciudad de árboles muertos nos freía a 38 grados o del torrencial aguacero que se veía llegar por las montañas del oriente que calmaría el sofoco con un pequeño salto a los 20 grados y una que otra inundación.     

8Escuchando en un radio ajeno, -valga la aclaración-, la excelsa poesía que se impuso en la música de mi pueblo desde hace ya muchos años y que con su sentido amorosamente misógino y violento, -al que me resisto a acostumbrarme-, daba un sinsabor al tinto del momento y una pesadez en el cuello que preferiría no llevar; daba un color a muerte característico y popular en algunas músicas.

Al fondo, el ruido de un bombardeo que no cae del cielo sino que sube hacia éste en época de fiesta como una fiel evocación de la guerra al parecer muy apropiada para celebrar y disfrutar la navidad; tal vez será una forma de querer sentirse en “tierra santa” o simplemente la manera de celebrar de un pueblo que se resiste a aprender.

Frio y lluvia, mucha lluvia, y con ella un desfile de bandidas, malas mujeres, engañeras y traidoras, abusando de inocentes hombres que son solo amor; algunos, solteros sin compromisos, incapaces de una mala palabra y mucho menos de matar una mosca o una mujer estando ebrios o sobrios.

Después de seis canciones del mismo estilo sale el sol, treinta grados.  Es triste el cambio climático y es triste la música que escucha esta ciudad atrapada entre las montañas. Es desolador leer los índices de violencia de género, de consumo de alcohol, de transgresión a las normas, pero consecuentes con la música que se difunde a gran escala, la que escuchan a lo que algunos llaman la “gran masa”, esa que se siente orgullosa de su ignorancia, la de esa peligrosa mezcla de ignorancia y arrogancia, algo así como lo que el tío Juvenal llamaba “bruto y creído”. No del todo es culpa de ellos, son el resultado de algún plan maléfico para sumirlos en la tristeza y la ignorancia, al fin y al cabo es mejor negocio la muerte que la vida. Esa música con olor visceral a traición, promotora de la infidelidad, con ese tufillo permanente mezcla de alcohol, odio y sangre, que por alguna razón económica de sus creadores y promotores, quizás con algún problema gastrocerebral, se tomó la radio ayudando a sumir a todo un pueblo en un inconsciente colectivo de desamor y violencia, esa música que logró fusionar lo más bajo de varias culturas y con voces chillonas y destempladas promueven la muerte, esas misma popular música que nos ha llevado a ser la única sociedad en el mundo que cuando está feliz escucha música triste, y es que el acostumbramiento a esta sonoridad macabra ha hecho que en bautizos, cumpleaños y hasta matrimonios se escuche, esa misma música popular, más no folclórica, que lamentablemente se nos convirtió en parte del paisaje, porque como dijo doña marta un día, “la basura, con el tiempo, se nos convierte en paisaje”, a esa música no la quiero yo, ni la quiero pa’ mi pueblo. Y es que el desamor siempre ha existido, ¿pero por qué y para qué cubrirlo de alcohol y enquistar un odio criminal disfrazado de música?

9¿Qué hacer entonces?, como decía aquella famosa investigadora social especializada en marcos de puerta y bancas de parque que fue mi abuela: “no case peleas que no pueda ganar”, Buscar entonces alternativas en el panorama musical del país “más feliz del mundo” y las hay; músicas caribeñas que se bailan desde la volteada de un patacón hasta la escondida de una tortuga bajo del agua.  Músicas del pacífico que celebran hasta tumbar la casa o que de una sopa hacen una fiesta, pasajes que de amor se derriten en el llano porque “como no voy a decir que me gustas”, bambucos que brillan como lucerito juguetón, pasillos que confunden el feroz ataque de una bruja con un grillo en la pierna, y tantas otras más. Como es de bueno vivir bueno, como es de fácil amar bonito, “pa’ que cantarle al sufrimiento cuando el amor sufrir no deja” .

Afortunadamente en mi país tropical está la mejor respuesta; la música campesina del altiplano cundiboyacense, los santanderes y Cundinamarca, también llamada música de vereda o música carranguera, éste último término acuñado y promovido por uno de sus más reconocidos músicos, el maestro Jorge Velosa, y aceptado a nivel general por su fuerza sonora y por ser el símbolo de la reivindicación de los campesinos en un país campesino, curiosa e irónica razón.
Es una música como el frescor de la mañana, que brota en poesías diáfanas y alegres como ojito de agua en la ladera, con el sabor de los acantilados santandereanos y los sembrados boyacenses, con el amor de quien conoce sus raíces, con el valor de quien ha labrado la tierra, que asume el desamor y la desesperanza con la misma incertidumbre del que espera el amanecer, sabe que siempre llegará, que la noche no es eterna.

5Y es que la carranga es toda una filosofía de vida que nos compromete con el otro, va más allá de ser un estilo de hacer rumbas y merengues, nos enlaza con las manos y el corazón del mundo, la carranga nos mueve los pies y la razón porque al ser una poesía que nos permite la convivencia, nos hace hermanos en la ronda de la naturaleza. Éste género se compromete con la vida y la tranquilidad de quien la hace y quien la escucha y al inspirarnos a escribir y contar las cosas de la vida con palabras bonitas, sencillas y profundas, marca una honda relación, un fluir natural y permanente con quien la da y quien la recibe.

Los que escuchan, gozan o bailan carranga se dan cita en cada plaza, esquina, vereda, festival, parque o finca para mimarla y cultivarla, para ejercer su derecho a ser felices al son de los palitos y de dos o tres acordes que por mucho que los “estudiosos” quieran cambiar seguirán siendo la esencia de la vida de la música occidental campesina o “citadina” si es que la música occidental citadina existe.

La carranga es una realidad que palpita en nuestros oídos y corazones, la carranga es la memoria sonora de un pueblo grande, memoria que se reivindica todos los días en las voces de los carrangueros y que nos hace ser país.

Ser carranguero no es vestir de ruana y sombrero ni empuñar un requinto y repetir canciones que hablan del campo; el carranguero es el que ama la vida, la de todos y extiende los brazos sin miedo ni escrúpulos, la carranga es una filosofía para vivir y cantar.

7El oficio arte de cantar siempre estará cargado de responsabilidades que muy pocos están dispuestos a asumir, “Cantante es el que puede y cantor el que debe” .

Los pueblos, visto este término desde un concepto sociocultural, han necesitado siempre lideres que alcen su voz en el frente de batalla. Estos líderes han sido de tipo espiritual, político o artístico, pero este último, es el único tipo de líder capaz de agrupar los otros dos aspectos.   No quiere decir que al tomar el lápiz, el cantor tenga que tener el estudio sociodemoetnoantropocurricupsicotrópico de lo que sucede a su alrededor, pero si al menos ser consecuente con su entorno, cantar para dar vida, porque para dar muerte tenemos muchos otros personajes en este país.

 

RENATO PAONE
Fundación corazón carranguero
www.carranga.org

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Ingeniero de sonido, músico y emprendedor
Director Fundación Corazón Carranguero

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